martes, 16 de septiembre de 2014

Papá

                Ví llegar el TALP y me asomé a la calle para corroborar que, por fin, era por Centenario y yo podía volver a casa tranquila después de cuatro horas de cursada y una noche de insomnio. “Hasta City Bell, pasando la estación”, le dije al chofer. Seis con cincuenta marcó el aparato de la SUBE y me dirigí al primer asiento que encontré vacío, al lado de una cincuentona muy bien vestida.
                Mis párpados pesaban más que nunca, así que traté de acomodarme lo mejor posible en el asiento acolchonado y un poco tajeado que me tocó para poder dormir, por lo menos, treinta minutos de los cuarenta que dura el viaje a casa.

                “Te toca bailar”, me dijo una voz a mis espaldas. Sin voltearme, asentí y miré a mi mamá que estaba sonriente y con los ojos un poco húmedos. “Suerte, chiquita. Te quiero”, así me decía cada vez que bailaba por primera vez alguna córeo. Se fue a su asiento a esperar que el show comenzara y decidí ir al baño a retocarme el peinado y el maquillaje.
                Tardé sólo cinco minutos en el baño. Ya estaba lista y el grupo anterior al nuestro ya casi terminaba. Salí corriendo para encontrarme con mis compañeras pero en el camino choqué con una camisa cuadrillé beige metida dentro de un jean medio gris, unos zapatos marrones bastante desgastados y un cinturón listo para la basura. “Papá”, pensé.
                Levanté la vista y aquél hombre me sonrió. Su sonrisa, que dejaba ver sus dientes un poco amarillentos por el café y el cigarrillo, provocó una paz interior que no había sentido en mucho tiempo. Sentí cómo mi pecho se descomprimía, cómo mis piernas se aflojaban y cómo mis ojos se empañaban. La angustia que llevaba hace ya un mes sobre mi cuerpo desaparecía lentamente.
                “Te extraño muchísimo, papá”, le confesé mientras mis brazos rodeaban su cuerpo para hundirme en un abrazo interminable. “Y yo a vos, Agus”, contestó. Comencé a llorar al oír su voz. Recordaba lo hermosa que era, pero escucharla cerca de mí la hacía aún más maravillosa. Sus manos se posaron sobre mi espalda y se sumó al abrazo.
                Sentí, durante el abrazo, la presión de su reloj, el que siempre llevaba puesto, de malla negra y números romanos. Sentí, durante el abrazo, que no todo estaba tan mal. Que seguía ahí, constante, acompañándome. Sentí, durante el abrazo, que este sería nuestro punto de encuentro.
                Me separé un poco de su pecho pero sin soltarlo y miré directo a sus ojos vidriados. Ojos marrones, ni muy claros ni muy oscuros, un poco amarillentos también. No podía olvidar cómo esos ojos me siguieron durante toda mi niñez y adolescencia, no podía olvidar que esos ojos habían sido mis guías más confiables. Pero tampoco podía ignorar la idea de que esos ojos estarán posados en mí para siempre.
                Y el silencio que nos unía cedió ante las palabras más hermosas: “Recordá que te quiero, te amo y te chucho”, dijo. Ese era nuestro código, sólo de él y mío.

                Me desperté llegando a Balcarce. “¡Parada, por favor!”, grité mientras me paraba del asiento y corría a la puerta de descenso. Bajé con una sonrisa que duró hasta la puerta de mi casa. Él seguía conmigo (y así sería por siempre).

viernes, 5 de septiembre de 2014

La guerra de la cuchara

                Todos los días de la semana era la misma historia: llegaba al jardín emocionada porque se acerque “la hora del arenero”. Más de 30 niños corríamos desesperados para llegar primero a la casita de plástico, aquella con forma de tortuga; otros, preferían el inmenso árbol que se encontraba justo en la mitad del patio (sus grandes raíces eran los toboganes más divertidos); la mayoría de las mujeres, preferían ir hacia una pared que estaba llena de flores y allí se pasaban los 30 minutos jugando a peinarse y ser las princesas de las margaritas; otros escalaban un gran juego del cual nunca supimos el nombre pero sus caños de colores y su base de madera nos parecían los lugares más altos del mundo y llegar a la cima significaba ver todo el jardín y, además, a los chicos más grandes en los recreos de primaria (“allá vamos a llegar algún día”, pensábamos).
                Yo sólo tenía un objetivo cada vez que la señorita Mónica nos decía que llegaba la hora de salir: buscar aquella cuchara que era sinónimo de ganar la casa plástica (esa con forma de tortuga, de la que ya hablé), que tenía desde escaleras hasta toboganes, por dentro arena y una gran cueva. Pero no era la única que deseaba esa cuchara plateada con mango azul medio corroído por el tiempo (que era la única y, por eso, la más preciada). Gonzalo y su grupo de amigos también peleaban por conseguirla todos los días.
                La cuchara se encontraba siempre en el cajón de los juguetes, ese que compartíamos los 30, así que siempre andaba perdida y había que gastar 10 minutos del recreo dando vueltas y vueltas en ese cajón hasta encontrarla. Quien la conseguía primero, corría desesperadamente hasta la casita plástica y subía por las escaleras, victorioso. Atrás, su grupo de amigos festejando sin parar que esa cuchara estaba en sus manos y no en la del otro grupo.
                Cada día era una batalla nueva de una guerra interminable. Gonzalo y sus amigos siempre ganaban. Buscaban muy (pero muy) rápido y corrían alrededor nuestro gritando y saltando, gozando su nueva victoria. Mis amigas y yo debíamos aceptar la derrota y jugar en una casita de madera, mucho más vieja que la plástica, que no era ni tan divertida ni tan linda. La casita de madera tenía una pequeña puerta y dos ventanitas en el frente, una escalera de cinco escalones y nada más. Por dentro estaba vacía, ni sillas, ni mesas, ni juguetes. Así que, siempre que nos tocaba quedarnos ahí, nos sentábamos en ronda y comentábamos los trabajitos que hacíamos en clase o la novela de las 5 de la tarde que todas mirábamos.
                Un viernes 15 de noviembre, como todos los días a las 3.30 de la tarde, corrí hacia el cajón a buscar la cuchara y muy en el fondo, entre un perro de peluche y un camión rojo sin una rueda, vi el brillo del metal de la cuchara. Le grité a mi mejor amiga, Luciana, y corrimos con la cuchara en la mano elevada en el aire hacia la hermosa casita plástica. Entre nuestros gritos de victoria (“¡Tenemos la cuchara y ustedes no!”) que repetíamos varias veces, Gonzalo decidió no aceptar que aquel día había sido nuestro día de suerte y corrió detrás nuestro. Corrió y corrió muy rápido hasta alcanzarnos y me puso un pie por delante: caí sobre una raíz del gigantesco árbol que adornaba el patio. Él tomó la cuchara y se dirigió hacia la cueva de la casita, mientras que yo, entre mocos y lágrimas, fui con la señorita Mónica para que me ayude. Me había raspado toda la frente y había un poco de sangre. Ella, muy enojada, me propuso no volver a jugar con la cuchara y elegir otra cosa. Yo, cabeza dura, no quise saber nada con abandonar esta pequeña guerra.
                Cuando mi mamá fue a buscarme al jardín, antes de las 5 de la tarde, y me vio lastimada, le preguntó a la señorita Mónica qué es lo que había pasado. Decidieron hacer una pequeña reunión imprevista para decidir qué iba a pasar de ahora en más con “la guerra de la cuchara”. A mí me dejaron afuera, así que elegí ignorarlas y seguir intentando ganar ese trofeo, la casita plástica y, por supuesto, el honor. Pero comenzaba el fin de semana, y hasta el lunes nadie iba a poder jugar con estas cosas.
                Durante ese fin de semana, mi mamá salió todos los mediodías y volvió todas las tardes muy cansada, con pintura en brazos y cabello y con la ropa muy sucia. No quiso decirme qué pasaba, por qué no se quedaba conmigo y jugábamos o por qué se acostaba tan temprano a dormir. Ignoraba los ‘por qué’ hasta el lunes siguiente que me llevó al jardín denuevo. Cuando se despidió me dijo: “Nos vemos en un rato, no te olvides”. Y yo entré, como si nada, a enfrentar un día más de batalla.
                Ni bien llegué al aula, Gonzalo vino hacia mí y me pidió disculpas una y otra vez por haberme lastimado. Yo seguía muy enojada y no quise hablar con él. La señorita Mónica me pidió que aceptase esas disculpas y, de muy mala manera, sólo respondí “bueno” para que no siga persiguiéndolo la culpa de haberme tirado hacia el árbol. El día siguió con normalidad hasta las 3 de la tarde. Faltando sólo media hora para salir al patio y enfrentar una vez más a Gonzalo, la señorita me llamó aparte del grupo y me llevó a Dirección. Allí estaba mi mamá, la directora, la señorita y yo. Me contaron que estaban cansadas de las constantes peleas entre los chicos y las chicas por la cuchara y que habían tomado una decisión muy importante. “¿Se llevarán la cuchara?”, pensé yo y pedí por favor que no nos la saquen, que yo la quería conmigo. Ellas rieron.
-          Te trajimos algo mejor, tomá. – me dijo mi mamá y me alcanzó una pequeña cajita.
                Cuando la abrí, vi que dentro de ella había una hermosa cuchara con mango rosa. Más plateada que la otra, más hermosa. Nueva, muy nueva. La tomé y miré a mi mamá.
-          Para que se acabe esta guerra, cada uno va a tener su cuchara. Y hay, todavía, una sorpresa más. – siguió mi mamá, - Vení.
                Fuimos hasta el arenero, sólo faltaban 10 minutos para que sea la hora de salir a divertirnos. Caminé muy despacio detrás de ellas con la cuchara en mi mano, agarrada muy fuerte, no podía perderla. Pasamos de largo el árbol, la casita plástica, el juego del que no sabíamos el nombre y se detuvieron. En ese momento, se pusieron las tres juntas frente a mí, una al lado de la otra como tapándome algo.
-          Esta es la otra sorpresa. Ahora tienen un lugar sólo para ustedes. – dijo la directora.
                Cuando se corrieron, mis ojos se iluminaron y sólo pude sonreír y saltar de la emoción. Aquella casita de madera, vieja y llena de humedad, aburrida y vacía, que significaba haber perdido la cuchara y la casita plástica, aquella casita que significaba la derrota, estaba cambiada. La habían pintado de blanco y rosa, le habían puesto flores y habían construido una pequeña mesa y un par de sillas para el interior. En el frente de la casa, casi llegando al techo, se leía “El Fuerte de las Chicas”. Mi mamá vino todo el fin de semana al jardín a crear esto junto a la señorita y a la directora para terminar con la guerra.

                Luego de haberles agradecido y festejado junto a ellas, se abrieron las puertas del aula y los 30 compañeros salieron corriendo para ver nuestra nueva casa. Mis amigas subieron conmigo y yo levanté la cuchara rosa, nueva y muy plateada. Gonzalo miró su mano, vio su cuchara vieja y caminó muy despacio hacia la cueva de la casita plástica. Era hora de jugar.

miércoles, 11 de junio de 2014

Silueta

                Un estruendo irrumpió en la noche. Salté de la cama abruptamente y sentí a mi corazón latir más rápido que nunca. ¿Qué fue eso? Me levanté muy despacio y salí al pasillo. Como siempre, una pequeña luz estaba encendida iluminando todo el espacio. Nadie estaba allí. Sólo yo y los pocos muebles, libros y algunas fotos. Creyendo que nada importante había sido, caminé por el corredor hacia el living-comedor, al principio de la casa. Estas habitaciones no estaban iluminadas y tenía miedo de prender las luces. ¿Por qué? No sé. Lo único que podía ver era el pequeño punto rojo del televisor en el comedor.
                Di dos pasos más y esperé. Quizás podía escuchar algo. Comenzaron a oírse las explosiones que hacen las motos en la calle pero eso, normalmente, no me hubiese despertado y el estruendo sonó aun más cerca y más fuerte que aquellos ‘apagar y prender motores’ continuos. Me pareció raro que mis papás no se hayan levantado o que mi perra, Olivia, no me haya seguido hasta acá. ¿Acaso seré la única que lo escuchó? Corrí hacia el interruptor del comedor y rápidamente encendí todas las luces.
                Nada, no había absolutamente nada. ¿Lo soñé? No, es imposible que lo haya soñado porque yo me acuerdo de los sueños que me despiertan. Siempre lo hice y no creía que esta vez pudiera haber sido la excepción. ¿Qué fue? De repente, sentí un frío que me corrió sobre el cuello y la espalda pero detrás de mí no había ni ventanas ni puertas. Las luces comenzaron a titilar y el ambiente se tornó helado. La piel de todo mi cuerpo se erizó y me quedé quieta, muy quieta. No sé si yo seguía dormida o qué es lo que pasaba pero no era normal, no era lo que yo esperaba.
                Todas las luces se apagaron al mismo tiempo y comencé a oprimir el interruptor una y otra vez sin parar. Moría de miedo. No quería estar allí pero mis pies no respondían a mi pedido de volver a la cama o correr al cuarto de mis papás. Tampoco podía gritar, no lograba emitir ningún sonido. El miedo se había apoderado de mi, de mi voz, de mi cuerpo. Volvieron a oírse las explosiones de las motos (o lo que yo creía que eran explosiones de motos), pero ahora en mayor cantidad y pensé que iba a escupir el corazón por la boca. No me podía mover, sentía que estaba pegada al suelo. Caminé hacia la llave de luz de la cocina que estaba separada del resto de la habitación sólo por una barra de madera pero estas tampoco funcionaban.
                Me quedé allí, paralizada. Cuando las explosiones por fin terminaron, luego de lo que me parecieron horas, se oyó un grito agudo, violento, penetrante. Un grito que provenía de una mujer, tan real e inmediato que creí que quien lo había emitido estaba junto a mí pero yo estaba sola. ¿No? Sola en la cocina de mi casa. Sola con las luces apagadas, sola entre este escándalo de sonidos irreconocibles. El grito se repitió, esta vez más fuerte y largo. Me di vuelta sin pensarlo pero también sin demandarlo y miré por la ventana de la cocina. ¿Por qué lo hice?
                La calle estaba oscura, simplemente iluminada por una luz amarillenta que de mucho no servía. Los árboles y las plantas de la cuadra eran sólo sombras, al igual que el cerco de la casa de enfrente. Allí vi una mujer que salió corriendo y un hombre parado en el asfalto de la calle, justo en la mitad. No había motos y ya no había ninguna mujer. Éramos él y yo. Él en la calle y yo en mi casa. Aquél hombre, reflejado por esa luz amarilla, vestía un largo saco de un color muy oscuro y eso era lo único que se lograba distinguir en él. Una silueta, una simple silueta en la noche. Él sólo miraba hacia la esquina por donde había desaparecido la mujer segundos antes, de la cual muy poco recuerdo y yo sólo lo miraba a él, esperando a que se moviera.
                Luego de un momento inmóvil, volteó su cabeza y miró hacia mi lado. No lograba distinguir los rasgos de su cara y mucho menos en qué dirección observaba pero sentía sus ojos sobre mí. No podía explicar que aunque no pudiese ver sus pupilas, estas me vigilaban. Él sabía que yo lo había visto, él sabía que yo lo veía y yo sabía que él me estaba viendo a mí.

                El ambiente comenzó a tornarse pesado, mis manos sudaban y no alcanzaba el aire en la habitación. No podía respirar. De nuevo quise moverme pero mi cuerpo no respondía. Tampoco sabía si quería irme de ahí o si quería gritar. Mi mente estaba en blanco, sólo podía examinar aquella silueta. Se oyó un “shhh” como un susurro, casi como un suspiro. Aquél hombre no se movía, sólo me miraba y yo no podía quitar los ojos de él.  Y fue entonces cuando las luces volvieron a encenderse solas, sin que yo toque nada. Miré la lámpara para corroborar el hecho obvio y regresé toda mi atención hacia aquel hombre, aquel hombre que ya no estaba.   

La vencida

                Es la tercera vez que la vida nos cruza, es la tercera vez que le damos una oportunidad a lo que nunca tuvimos. Sigo porque nos encontramos en el lugar menos esperado y sigo porque no mentía cuando te hablaba de lo mucho que quería.

viernes, 26 de julio de 2013

Scorpio November 12


SCORPIO - The Addict (October 23 to November 21) 
EXTREMELY adorable. Loves to joke. Very good sense of humour. Will try almost anything once. Loves to be pampered. Energetic. Predictable. GREAT kisser. Always get what they want. Attractive. Loves being in long relationships. Talkative. Loves to party but at times to the extreme. Loves the smell and feel of money and is good at making it but just as good at spending it! Very protective over loved ones. HARD workers. Can be a good friend but if is disrespected by a friend, the friendship will end. Romantic. Caring. 4 years of bad
Luck if you do not forward.